<< Extracto del primer capitulo del libro "Mi mala educación" de Diego Granadino, próximo a publicarse.>>
A mi mismo, aunque tal vez, no lo merezca.
"Ahora Paolo vivía una escena, que mas adelante se repetiría muchas veces. Una escena que dejaría una huella en su memoria. Que cambiaria su forma de ver el mundo. Que cambiaria su forma de ser."
Eran casi las tres de la tarde; Paolo estaba frente al parque: Luna llena. Rápidamente trato de buscar una casa que coincida con la descripción de Piero. La encontró. Pese a que no era una descripción al pie de la letra; la casa se parecía en algo a lo descrito por Piero. Paolo la reconoció fácilmente. Se acerco y busco algún timbre. No había ninguno. Tuvo que tocar la puerta; la toco suave y con timidez. No hubo respuesta. Toco mas fuerte, recién entonces, una mujer muy delgada, de cabellos negros y algo descuidados salio a recibirlo. Llevaba un delantal bastante sucio y parecía haberse tenido que despertar para atender la puerta.
- Señora buena tardes ¿Se encontrara Jairo? –dijo Piero, tratando de afinar su voz.
Jairo, era el compañero que había prestado su casa para realizar el trabajo. Era bastante mayor que Paolo y Piero. Siempre paraba solo, o dormido. Parecía raro, parecía enfermo.
- Déjame ver hijo –dijo la señora tapándose la boca al bostezar –debe estar durmiendo ese manganzón.
La señora ingreso a su casa, Paolo sentía que algo andaba mal.
- Pasa hijito – dijo la señora, volviéndose a la puerta.
- Gracias seño –dijo Paolo, fingiendo una sonrisa.
-¿El Jairo te ha citado? –pregunto la señora, haciéndolo pasar a la casa.
- Si señora. Teníamos que hacer un trabajo de mate –dijo Paolo, ingresando a la casa.
- ¿Trabajo de mate? ¿El Jairo? –Dijo la señora, como en tono de burla –hijo te debes de haber equivocado de Jairo. Mi hijo jamás se ha juntado con sus amigos aquí. Y menos para hacer un trabajo. Los dos rieron. La mamá de Jairo le indico a Paolo donde encontraría a su hijo.
La casa de Jairo era vieja y bastante grande. Mas de lo que la familia de Jairo podía necesitar. Tenían cuartos desocupados y otros llenos de cajas con telas en su interior. Mientras mas se acercaba al lugar donde lo esperaba Jairo, los crujidos del piso de madera, se hacían más fuertes. Paolo tocó la puerta.
- Pasa “causita” –le dijeron desde el interior del cuarto.
Era la voz de Piero. El cuarto parecía estar desocupado, a un lado y tapadas con plásticos, yacían unas cuantas maquinas de lo que algunas vez fue un gimnasio. Y al fondo, sentados en el polvoriento piso de madera, estaban Jairo y Piero.
-Paolito, pensé que no vendrías –dijo Piero, limpiándose las manos para poder saludar a Paolo.
-¿No me dijiste a las tres? Ya pues, son las tres en punto – dijo Paolo, tratado de buscar con la vista algún reloj dentro del cuarto.
- Lo que pasa Bergamino, es que Piero dice que a ti no te dejan ni salir a comprar pan –dijo Jairo, tratando de reír.
- Yo no he dicho eso Paolo, lo que pasa es que tú nunca sales con la gente a ningún lado –dijo Piero, tratándose de excusar.
- Ya “okas”, no hay paltas – dijo Paolo, algo avergonzado
- Ese Bergamino, me caes bien brother. No eres como los otros cojuditos del “lonsa” – dijo Jairo, golpeando en una pierna a Paolo, que continuaba de pie.
- Claro pues dientón. ¿Por qué crees, que lo invite? Este huevón no es como los demás –dijo Piero, dirigiéndose a Jairo –siéntate pues, Paolo. Aquí no hay sillas, pero este pisito esta bien cómodo.
- Gracias – dijo Paolo, sentándose -¿Y donde esta la gente? Pensé que ya habrían llegado.
- Aun no llegan. ¡Que gente tan irresponsable! – dijo Jairo, mirando a Piero.
Los dos rieron. A Paolo le pareció rara la situación.. Pero ya estaba allí, solo le quedaba esperar.
- Paolo, para hacer hora, mientras esperamos a los demás. Yo y Jairo estábamos jugando a algo –dijo Piero, cogiendo un lapicero de piso.
- ¿Pero no seria mejor, si avanzamos un poco del trabajo hasta que lleguen los demás? –dijo Paolo, queriendo sacar uno de sus libros.
- ¡Anda gilaso! ¿Ósea que tu les vas a avanzar el trabajo a ellos? Esperemos que lleguen y lo hacemos todos juntos – dijo Jairo, algo molesto, por la actitud de Paolo.
-Claro pues. Por eso estamos jugando, hasta esperarlos –dijo Piero, poniendo el lapicero en el piso nuevamente.
- A bueno. Yo lo decía para ahorrarnos trabajo. Pero ya fue pues. ¿Y a que están jugando? – preguntó Paolo, mirando el lapicero en el piso.
- Es un juego, bien chévere. Ven más acá y sentémonos en forma de círculo – dijo Piero cambiando su posición y acercándose más a Paolo y Jairo – el juego se llama: lapicero manda. Consiste en girar el lapicero, y a quien apunte, tendrá que cumplir los mandatos de los otros.
-No entiendo – dijo Paolo, tratándose de acomodar en el piso.
- ¡Tú juega nomás causa! – refuto Jairo.
- Es facilito man. Mira te vamos ha dar un ejemplo –dijo Piero, girando el lapicero.
El lapicero giró. Apunto a Jairo.
- Mira, apuntó al muelón – dijo Piero – ahora nos toca a nosotros, darle un castigo.
- ¡Ya maricón! Apúrate –gritó Jairo, poniéndose de pie.
- Espérate pues, que ahora nuestro invitado, tiene que elegir el castigo- dijo Piero, refiriéndose a Paolo y cogiéndolo del hombro.
-¿Castigo? ¿Cómo cual? No se que decirles –preguntó Paolo, pensando en que castigo podía ponerle.
- Cualquiera, el que se te ocurra –respondió Piero –lo que tú digas, él tendrá que hacerlo.
-¿Lo que yo diga? – volvió a preguntar Paolo.
- Si, Bergamino. Lo que tu digas, esas son las reglas de este juego. Castigo dado, castigo cumplido –respondió Jairo, algo impaciente.
-Okas okas, entonces date dos volantines –dijo Paolo, poniéndose de pie.
Su mandato causo la carcajada de sus dos compañeros. Y colmo la poca paciencia de Jairo.
- Pero no seas huevón, no valen mandatos cojudos –grito Jairo –esto no es la clase de educación física, ni nada.
- Ya Jairo, tranquilo. Lo que pasa es que Paolo, nunca ha jugado pues-dijo Piero, tratando de defender a Paolo – Paolo, tienes que ser más pendejo para mandar. Mira mejor yo le voy a ordenar.
- Muelon, bájate el pantalón y enséñanos tu chula – dijo Piero, con una gran sonrisa.
Paolo pensó que se trataba de una broma. Sonrió nerviosamente pensando que Jairo, no lo haría. Jairo lo hizo.
Jairo que continuaba de pie, se desabotono el pantalón y lo bajo hasta sus rodillas. Miraba fijamente a Piero. Tenía un short de tela a cuadros. Sus piernas eran flacas, bastante velludas. Sobresalía un bulto muy notorio debajo del short. Jairo bajó su short, dejando ver su sexo erecto; no dejaba de ver fijamente a Piero. Su sexo era grande, más grande de lo normal. Estaba lleno de venas y parecía sucio. Jairo empezó a acariciarlo, lo sobaba suavemente.
Paolo, no dejo de observar ni un solo minuto el espectáculo. Se sentía raro, nunca vio un pene erecto, ni siquiera el de él. Sentía que miles de hormigas le caminaban por el cuerpo. Sintió que su pene también se estaba poniendo rígido. Trato de ocultarlo poniéndose un cuaderno sobre las piernas. Tenia ganas de acariciar también el sexo de Jairo, sabia que estaba mal. No lo entendía.
-Mira la cara de Bergamino – dijo Jairo, sin dejar de tocarse –parece que nunca ha visto una pinga tan grande.
Todos rieron.
- Tranquilo Paolito, no hace nada. Mira para que se calme uno tiene que acariciarla –dijo Piero, cogiendo el sexo de Jairo.
- Claro, agarra tú también –dijo Jairo, mirando fijamente a Paolo y acercando su pene hacia él.
Paolo sonrió nerviosamente y trato de desviar la mirada.
- No lo jodas, huevón. Si no quiere déjalo pues –dijo Piero, tratando otra vez de defender a Paolo – pero cuando le toque castigo, tendrá que hacerlo ah.
- Ya, ya maricón deja de defenderlo. Parece tu marido. Y suelta, suelta que se gasta –dijo Jairo, subiéndose el short. Luego de eso, los tres ya estaban sentados otra vez alrededor del lapicero.
-¿Ya aprendiste Bergamino? Nada de volantines ni cojudeces, aquí los castigos son mas piolas –dijo Jairo, mientras giraba el lapicero nuevamente.
Paolo fingió una sonrisa, y comenzó a temblar. Tenía miedo que el próximo castigo sea para él. No seria capaz de mostrarle su pene a sus compañeros. No seria capaz de tocarlos o de dejarse tocar. El lapicero giró y apunto a Piero.
- ¡Bien! –dijo Jairo, poniéndose de nuevo de pie.
-Ya, ya. Habla muelón –dijo Piero, que se mantuvo sentado, esperando su castigo.
- Besamela –dijo Jairo, bajándose otra vez el short.
- No jodas, muelón. Ni siquiera te has bañado creo –dijo Piero, algo asqueado.
- ¡Chupa carajo! Que es tu castigo – grito Jairo, cogiéndose ansiosamente su miembro.
El pene de Jairo estaba nuevamente erecto; al igual que el de Paolo. Piero lo tuvo que hacer. Mientras besaba y acariciaba el miembro de Jairo, Paolo pensaba en la sensación que estarían experimentando. Quería hacerlo, pero a la vez no se atrevía. Tenía miedo de hacerlo, de hacerlo mal, de hacer el ridículo y que esto produzca la burla de ellos. Paolo nunca vio una película para adultos, nunca vio una escena con mayor contenido sexual, que el de las telenovelas, que veía en compañía de su abuela.
Piero cerrando los ojos, no paro de hacerlo. Se le notaba bastante concentrado. Las caricias se tornaron cada vez mas violentas, ya no solo eran besos. Jairo acariciaba su pelo, jugaba con sus orejas y Piero que estaba de rodillas, se notaba inquieto, incomodo. Como si estuviera siendo obligado.
- ¡Ya me canse! – dijo Piero, limpiándose la boca, y volviendo a su sitio.
- Tienes que abrir mas la boca, compare. Me sentía como en la guillotina –dijo Jairo, subiéndose nuevamente el pantalón.
Paolo sonrió por el comentario. Mientras que Piero no paraba de escupir.
- Vas a ver huevonazo, me voy a vengar. Te la voy a meter todita mierda –dijo Piero, dando vueltas al lapicero.
Paolo retrocedió, como si supiera que sería el próximo. El lapicero lo apunto a él. Sus ojos comenzaron a parpadear, se llenaron de lágrimas. No pensó que le tocaría a él. Le tocó.
- A todos nos toca Bergamino, y ahora te toco a ti –dijo Jairo, con una sonrisa macabra.
- Ni creas que tú vas a ordenar, huevonaso – dijo Piero, dirigiéndose a Jairo.
- Calla marica y escucha, que creo que este castigo te va a gustar – rebatió Jairo – Bergamino, quiero que beses al maricón de Piero.
Piero no respondió. Su silencio parecía aceptar el mandato.
- Ah pero no quiero un beso cualquiera, Bergamino le tienes que dar un beso como de película. Quiero ver tu lengüita –dijo Jairo, acomodándose para el espectáculo.
Paolo sabia que tendría que hacerlo, sabía que de no querer hacerlo, seria obligado. Volvió a temblar, le volvieron a parpadear los ojos.
Piero se acercaba lentamente. Paolo seguía temblando, mientras que Piero le sujetaba las manos. Jairo parecía excitarse al presenciar este espectáculo, cogió nuevamente su sexo, y comenzó a acariciarlo.
Piero ya estaba frente a frente con Paolo. Se arrinconaron a la pared. Paolo sintió como el cuerpo de Piero se pegaba al suyo. Sintió como su sexo se ponía duro. Luego cerraron los ojos y se besaron. Se besaron como en las telenovelas, Paolo se encargo de que fuera así. Los labios secos de Piero se fueron humedeciendo al frotarlos con los de Paolo. Sus bocas se abrían y cerraban con cierto deseo. Frotaron sus lenguas y comenzaron a excitarse. El momento parecía perpetuo y de un silencio cómplice, hasta que fue interrumpido por Jairo.
- ¡Que rico chapan carajo! –dijo
Ellos dejaron de besarse y se miraron. Paolo limpiándose el mentón, trato de hacer como si no pasara nada. Jairo continuó.
- Hasta que por fin se soltaron, carajo parece que les gusta la huevada- dijo con un tono burlón –deberían ser enamorados, harían bonita pareja.
- No hables huevadas dientón de mierda –respondió Piero, avergonzado y molesto a la vez.
- Piero Ordóñez y Paolo Bergamino, la pareja del año –dijo Jairo, riendo.
Ahora Paolo vivía una escena, que mas adelante se repetiría muchas veces. Una escena que dejaría una huella en su memoria. Que cambiaria su forma de ver el mundo. Que cambiaria su forma de ser.
Mi mala educación - Diego Granadino.
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