Y la gente apretaba más y más. Arrecho, le metí la mano debajo del hábito. La gente del lado, ni cuenta se daba.
La proce ya estaba en la plaza. En plan de cochineo comenzamos a meternos entre la gente. Íbamos en fila agarrados por la cintura: había que ver a Kerosene por delante, vicioso, metiendo la mano pajera a todas las chicas. Melenita, riéndose, se defendía con las manos de los golpes que le daba en la cabeza una negra. Primus, distraído, le había pisado los callos a una pobre vieja. Y la gente seguía amontonándose en las veredas y en todas partes. Un gil, con car´e raya lo agarró del brazo a Paulanca: quería entregarlo a la tombería, decía que lo había chapado metiéndole la mano al culo a su ñorsa. Los ojos de Paulanca ya se iban en plan de lágrima. Pero para eso están los amigos: nos fuimos en carga montón sobre el gil y a punta de patada se armó la grande. Todos se pegaban, las germas se defendían con sus carteras y arañaban como gatas, y las viejas, asustadas, nos empujaban e insultaban y pedían perdón al Señor de los Milagros.
Allá en la esquina de veintiocho de julio, la proce ya entraba en la plaza con sus luces y faroles. En el cielo oscuro se prendían fuegos artificiales. Sin que nos diéramos cuenta ya estábamos en medio de la calle, cerquita de la proce. Paulanca, desgraciado, se había colocado detrás de una germa bien rica: apachurrado por la gente que avanzaba despacio, iba todo serio, haciendo el rezador, con la boca abierta de lo arrecho que estaba pero bien pegado a la gila.
Un viejo, con lentes, disimulado, se coloco junto a mi pieza. Había que verlo, pendejo, aprovechándose de la apretadera, cómo se me pegaba. Amargo, le metí un rodillazo del alma. No dijo nada, más bien, empujándose entre todos logró ponerse delante de Melenita, que no perdió el tiempo y rapidito se acomodo tras su cabrilla. Y en eso reconocí entre la gente a la Samaritana, el mariconcito del barrio. Su cabello pintado de rubio, su carota de chuchumeca. Entonces le dije a la collera para acercarnos a la Samaritana y nuevamente, cogiéndonos de la cintura, nos pusimos en fila. Yo de puro sapo que soy, me puse detrás de la Samaritana. La Samaritana voltio y me reconoció, claro que me manyaba, varias veces me había piropeado en el Cine Odeon. Me sonrió. Entonces, haciéndose la rezadora comenzó a menearse, suave, disimulada, al ritmo de la banda. Y la gente apretaba más y más. Arrecho, le metí la mano debajo del hábito. La gente del lado, ni cuenta se daba. Todo estaba casi oscuro. Arrecho, arrecho, le puse el pájaro entre las nalgas peludas. Y toda la collera me empujaba más. A la Samaritana la estaba cargando en peso. Y el tumulto avanzaba hacia delante. Kerosene, espeso, estaba que me apuraba, él también quería entrarle. Y en eso, en una de las tantas empujadas le dí y la Samaritana, de loca que es, no me soltaba las manos. Menos mal que pude zafarme de tremenda cabrilla y Kerosene, apurado, desesperado, ocupó mi sitio.
A lo lejos, El Señor de los Milagros con sus luces y sus flores, avanzaba por encima del tumulto que hacía estallar las paredes que rodeaban a la avenida Manco Cápac. Entonces, poniéndome serio, le recé un Padrenuestro al Señor de los Milagros.
Oswaldo Reynoso.
Excelente este texto de Oswaldo, definitivamente es un exito este libro, tiene la escencia del libro "los inocente", un libro de el tambien.
ResponderEliminarNos leemos
Ayrton Vargas
OSWALDO ES UN MAESTRO, LAMENTABLEMENTE NO HA TENIDO LA DIFUSIÓN NECESARIA ENTRE LOS ADOLESCENTES.
ResponderEliminarROSA.
esta bien buena la historia, un pequeño carnaval, a las sombras del viacrucis, (como no se me ocurrio esto antes!!!)
ResponderEliminarGrande Oswaldo (h)... brother sería paja que me jueges tu msn aer si podemos conectarnos... Saludos
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