Exactamente en sesenta minutos seré mayor de edad. Me siento como Potter en la Piedra Filosofal, esperando a que llegues disfraza del guardián de llaves de Trilce. Pero nunca llegarás, nunca darás conmigo. He escapado de Lima huyendo de ti, de tu recuerdo, de todo lo mal que me hace pensar que algún día exististe, que fuimos felices.
Estoy solo en un hotel de Arequipa. Mis únicos compañeros de cuarto son la modesta torta de cumpleaños que me he regalado y el enorme cuchillo sin filo que me han prestado en la recepción. Nunca tuve un cumpleaños más Vallejiano que este, y aunque Arequipa no es precisamente Paris, poco le falta y estoy completamente convencido de que solo en esta ciudad podré ser el escritor que siempre soñé ser.
Seguramente en unos minutos comenzaran a llegar a mi celular los cursilones mensajes de siempre. Comenzaran a desfilar saludos, uno tras otro, de gente que seguramente se enteró de mi cumpleaños por el Hi5 o por alguna otra red social a la cual también estoy inscrito. No los juzgo. Yo hago exactamente lo mismo. Y es por eso que desconfío tanto de esos mensajes y sobre todo, de las personas que los redactan.
Apago el celular. Quiero sentirme realmente solo. Quiero recordar un poco las cosas que, tal vez por descuido, he ido olvidando. Cierro los ojos. En la infinita oscuridad que procuran mis parpados aparecen miles de sonrisas congeladas. Gente que no recuerdo, pero que tal vez conocí, con la que seguramente fui feliz. Todos me saludan, sin dejar de sonreír me dicen hola. Quisiera poder mirarlos uno por uno y así poder reconocerlos, pero no puedo: son todos un mismo mosaico imposible de desmembrar. Les sonrío. Me gusta sonreírle a la gente. Me gusta parecer feliz. Estoy convencido de que solo la gente que aparenta muy bien ser feliz es la que triunfa y yo soy un triunfador, si no lo fuera hoy estaría muerto, como tantos otros que se dejaron vencer. Abro los ojos y si mi reloj no miente, ya soy mayor de edad. Feliz cumpleaños Dieguín, me digo. Apago la luz. Me canto el Happy Birthday al estilo Parchis, él que de chiquito me cantaba mi mamá. No hay velas, tampoco hay deseos. Mañana será un nuevo día. Me acuesto y les deseo a las cucarachas o ratones que se devorarán mi torta un buen provecho, tal vez ellos la necesitaran más que yo. Quiero dormir pero mis ojos no se cierran, no me obedecen. Entonces pienso que estoy dormido. Sueño. Sueño despierto y me doy cuenta que tal vez siempre he estado pensando que estoy despierto, pero que todo ha sido un sueño y luego no entiendo nada, no sé lo que digo, no sé lo que pienso, no sé lo que escribo. Me despierto. Tengo que salir, no me puedo quedar aquí, quiero hacer el amor, quiero que me lo hagan a mí. No he traído mucha ropa pero si quiero ir de casería tendré que ponerme la mejor. Me pongo una camisa a cuadros, el pantalón menos arrugado que encuentro, le paso un trapo húmedo a mis zapatos y por ultimo me envuelvo el cuello un pañuelo de seda plomo, que me dará, pienso yo, el toque intelectualón o maricón que necesito. Salgo del cuarto. Le entrego mi llave a la recepcionista y le digo que llegaré tarde. Me dice que tenga cuidado, que Arequipa ha cambiado mucho, que hay mucha delincuencia, que el alcalde no hace nada. Le agradezco la preocupación y le prometo retomar la conversación sobre el alcalde y su ineficiencia. Camino hacía el Convento de Santa Catalina a buscar hierba. El sabido taxista que me recogió del terminal me relato el divertidísimo tour del placer de Arequipa. No puedo ser maricón sin hierba. Nadie podría. Las calles son oscuras, angostas, me siento en un laberinto huyendo del Minotauro. Tal vez el taxista me mintió y lo que realmente encontraré será la muerte sobre estas empedradas calles. Veo un parque. Me gusta ese parque. Me gustan los parques. Voy hacía él y pienso que tal vez no conseguí hierba pero me encontré un parque oculto, en el que seguramente habrá muchas parejas haciendo el amor. Pero no hay parejas haciendo el amor, solo dos chicos parados al otro extremo del parque. No me dan miedo, al parecer son decentes y conversan de lo más normal. Me siento en la primera banca que encuentro. Cruzo la pierna. Recuesto la cabeza hacía atrás sintiéndome un gay incompleto. Más incompleto que nunca. Trato de pensar en algo. Y en eso, frente a mí, la voz de alguien preguntándome si fumo. Eran los chicos del otro lado del parque, uno de ellos tenía en su mano una bolsa transparente de lo que al parecer era marihuana. Sí, pero nunca solo, les dije.
Fumamos los tres. En silencio. Aspirando lentamente, como si cada pitada fuese la última. No sabía sus nombres ni cuantos años tenían ni tampoco cuanto les debía, solo sabía que esos dos jóvenes estaban tan o más confundidos que yo y que seguramente eran mi regalo de cumpleaños. Me preguntaron de donde era, les dije que de Lima. ¿Qué haces por acá? Huyo, les dije. ¿De quien? De todo. No preguntaron más. Tal vez notaron que no me divertía mucho hablar de eso. ¿Y ahora que quieres hacer? Hacer el amor, respondí. Vamos a la Unión, allí hay buenas putas, me dijeron. Yo no quiero hacer el amor con putas, les dije, yo quiero hacer el amor con ustedes.
Es obvio que la marihuana ya esta haciendo efecto. Los dos jóvenes me miran, no dicen nada, soy un desconocido que se les esta mandando. Pueden golpearme o simplemente irse y dejarme con la pinga parada, con el culo mojado. ¿Cuándo hay, Limeñito?, lo que quieran les digo. Doscientos, me dicen. Vamos, les digo. Tomamos un taxi. Los chicos me dicen que no le pague al taxista mas de tres soles, que no le de el gusto, que a estos pendejos les gusta abusar del turista. Les agradezco por llamarme turista, me gusta ser turista. Es bueno para el ego, ser turista. En Lima nunca soy turista, siempre soy un imbécil más. Entramos al hotel. Ya no está la recepcionista, solo hay un hombre semi-dormido que debe ser su marido. Pido mi llave. Me mira mal. Me pregunta si voy a subir con los dos jóvenes. Le digo que sí, que si hay algún problema. Ninguno, ninguno, joven. Entramos al cuarto. Prendo la luz. Me preguntan por la torta. Les digo que es mi cumpleaños. Me abrazan, me desean muchas felicidades, me preguntan cuantos, me ofrecen bajarme la tarifa a ciento cincuenta. Les agradezco. Cogen mi torta, apagan la luz. Y a la voz de tres, comienzan a cantarme el Cumpleaños Feliz. Nunca pasé un mejor cumpleaños, no sé lo que pasará luego. Solo sé que venir a Arequipa fue lo mejor que he hecho en mucho tiempo. Por ahora no quiero volver a Lima, solo quiero hacer el amor y celebrar horizontalmente mis dieciocho octubres.